Fin de la sesión.
Las luces se encendieron. El
ruido de las máquinas fue poco a poco disminuyendo.
Silencio.
El Maestro 067 se levantó del
puesto de control y llevó el sonido de sus elegantes zapatos hasta el lugar en
el que reposaba La Alumna 067.
Desconectó el último cable, ella
abrió los ojos.
- Desconcentrada. Muy desconcentrada.
- Ha sido una mierda, lo sé, lo siento.
-
Esa boca –censuró El Maestro.
Era la tercera vez en ese mes que
067, normalmente brillante, no daba con el algoritmo correcto.
- Sintiéndolo mucho, tendré que informar. No
podemos costear la formación de no aptos. Lo sabes, has visto a otros irse por
mucho menos.
- Lo sé.
Ella adoraba esto. Le gustaba el
olor de la sala por las mañanas, un cubículo lleno de pantallas y luces en la
que aprendía con solo un clic de El Maestro. Ahora tenía miedo de perderlo por
una tontería que sabía que era absurda.
- Número 067, vámonos. Debemos dejar libre la
sala.
- Disculpe, ¿podría hacerle una pregunta?
El Maestro se detuvo en seco.
Continuó dándole la espalda, pero sentía su mirada clavada en él.
-
No respondemos preguntas.
-
He encontrado algo. Me gustaría que lo leyera
Y antes de que a El Maestro le
diera tiempo de decir nada, sacó un papel arrugado del bolsillo.
¿Dónde demonios había encontrado eso? Hacía muchos años que ya nadie usaba el papel. Pero ahí estaba, con unas letras torpes escritas a lápiz. Me acerqué. No era un algoritmo. Era distinto.
-
“Quiero dormir el sueño de las manzanas” –leyó
en voz alta el Maestro.
-
Llevo días obsesionada con esa frase, pero no
tiene sentido.
Antes de desearlo siquiera, el
cerebro del Maestro mandó una orden a sus sistemas integrados y apareció ante
sus ojos.
Un poema.
Porque quiero dormir
el sueño de las manzanas
para aprender un llanto que me limpie de tierra;
porque quiero vivir con aquel niño oscuro
que quería cortarse el corazón en alta mar.
para aprender un llanto que me limpie de tierra;
porque quiero vivir con aquel niño oscuro
que quería cortarse el corazón en alta mar.
El Maestro miró el texto con el ceño
fruncido durante un momento, conteniendo la respiración.
Cuando se atrevió a levantar la
mirada, preguntó:
-
¿Cómo te llamas?
-
067.
-
Me gustaría que me dijeras tu nombre real.
Silencio.
-
Me llamo Maga.
-
Bien, Maga. Hoy alargaremos la sesión un poco
más.
Ella volvió corriendo al puesto
de control, dispuesta a mejorar su rendimiento con los algoritmos, deseando con
ellos entender aquella frase que le atormentaba. Pero el Maestro no paseó sus
elegantes zapatos hasta donde ella se encontraba. No encendió las máquinas. No
hizo nada.
- Después de tantos años juntos, querida, me
alegra decir que por fin nos vamos a conocer. Solo una condición: lo que voy a
decir debe permanecer en el más estricto secreto, ¿de acuerdo? ¿Prometes no
decir nada a nadie?
Ella asintió, entre asustada y –por primera vez en su vida– curiosa.
- Mi nombre es Harry Haller. Una última pregunta,
¿alguna vez alguien te ha recitado algo, querida amiga?
Relato original de Jorge Ruipérez
Innovación, Investigación y Uso de las TIC en
Didáctica de la Lengua y la Literatura 2018 (UA)
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