Ella era una pequeña inquieta, risueña y soñadora a la que el mundo real se le quedaba pequeño para imaginar. Jugaba con Inés y la perrita sabia, se asustaba con Las brujas, pero cuando más disfrutaba se imaginaba siendo una más de Los cinco para vivir mil y una aventuras. Intentó ser maga con Harry, Hermione y Sam, pero prefirió los elfos, los enanos y los hobbits.
Esa niña creció y lo hizo de la mano de Dana, viajó a un mundo fantástico en el que comenzó a sentir el amor. Tras esto, no pudo resistirse a embarcarse en la maravillosa historia de amor de Victoria, Jack y Kirtash con la que aprendió que no todo es lo que parece. El crecimiento continuó siguiendo El camino que Delibes nos dibujó y llegando hasta la pintoresca y divertida historia que narraba su querido Lazarillo. Durante el verano, El traje del muerto la atemorizó, pero también despertó su interés por aquel libro que su madre leyó sobre una familia y una casa en la que los espíritus se fundían con los vivos e interactuaban con ellos. Después, comenzó a ver alcahuetas y a imaginarse a su amado clamando: "Melibeo soy, y a Melibea adoro" o a deformar la esperpéntica realidad del mundo en que vivía.
Todo ello, fue configurando su mundo, un mundo al que no se pudo resistir y que le permitió vivir el en Fuenteovejuna, resistiendo contra la autoridad, que le hizo viajar a la fundación de Macondo, en el que conoció a un tal Catulo que escribía poesía o a un tal Séneca que escribió las más desgarradoras tragedias latinas. Pudo contemplar a don Quijote batallar contra un rebaño de ovejas creyendo que combatía contra adversarios y pudo entrar en los corrales de comedias.
En definitiva, esa pequeña niña sigue estando dentro de la mujer que es hoy. Ahora con más aventuras, con más vivencias, todas aprendidas de esos libros que nutrieron su vida y de los que nunca se podrá desprender.
Publicado por: Érika Pastor
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