Generalmente, en todos los actos sociales como éste,
se designa una persona para que diga un discurso. Esa persona busca siempre el
tema más apropiado y lo desarrolla ante los presentes. Yo no vengo a decir un
discurso. Vengo a contar cómo empezó mi relación con los libros. Primero,
empezó de oídas. El mundo era tan reciente que las cosas carecían de nombre, mi
padre le ponía voz, leyendo a Antoine de Saint-Exupéry. Cuando supe leer, se
convirtió en mi lectura constante.
No leí la saga de Harry Potter, pero sí que me hice fan de
las películas. Harry, Hermione y Ron forman parte indiscutible de mi historia.
Confieso que luego, leí los libros (siempre
al revés del mundo). Seguí con El señor
de los anillos. Quién tuviera tiempo para una maratón de sus películas
seguidas…
Entonces,
llegó a mis manos un libro que mucha gente pasa por alto y que nunca dejaré a
nadie (no vaya a ser que no vuelva a mi estantería), que es La joven de las naranjas de Jostein Gardeer. Fue el primer libro
en el que subrayé fragmentos, y eso que para mí los libros son sagrados y no se
pueden rayar.
Al
final, un poeta, nada conocido en Orihuela, llega a mis manos. Por primera vez,
leo poesía que comprendo. Le acompañan escenas de Cinema Paradiso y la voz del proyeccionista diciendo aquello de
“hagas lo que hagas, ámalo, como amabas la cabina del Paradiso cuando eras niño”.
Llegados a este punto, confieso que hice todo lo posible para no asistir a esta
asamblea: traté de enfermarme, busqué que me diera una pulmonía, pero no ha
sido posible de ningún modo, así que aquí estoy explicándoles cuáles fueron
mis primeras raíces. Ahora, leo fervientemente a un tal Gabo. Quizás les suene.
Sigamos leyendo.
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